Dra. en Educación en Ciencias (Universidad de Columbia, EEUU) y Lic. En Ciencias Biológicas (UBA). Fue coordinadora del programa de formación docente “Urban Science Education Fellows” de la Universidad de Columbia y asesora de ciencias en escuelas primarias de la ciudad de Nueva York. Es autora de los libros Ciencias Naturales: Aprender a Investigar en la Escuela (Novedades
Educativas), La Ciencia en el Aula (Paidós) y Experimentos en la Cocina (Chicos.net). Fue directora de Experimentar, portal de ciencia para niños de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación. Actualmente forma parte de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés y del equipo de Diseño Curricular de la Provincia de Buenos Aires. Es profesora del Posgrado en
Enseñanza de las Ciencias de FLACSO y coordinadora de Expedición Ciencia, programa de campamentos científicos para jóvenes.
Mirando por la ventana
Imaginen que nos asomamos por la ventana de una clase de ciencias naturales en la escuela primaria y vemos a chicos y chicas entusiasmadísimos mezclando sustancias de colores, manipulando materiales exóticos, calentando, enfriando, filtrando, purificando.
Una sensación de felicidad nos recorre: ¡Al fin, chicos y chicas haciendo ciencia en la escuela! Pero, de repente, una duda nos viene a la mente, ¿estaban haciendo ciencia o simplemente jugando con materiales? Elegimos entonces algunos chicos y chicas al azar y conversamos con ellos a la salida. Les preguntamos un poco más acerca de qué hicieron y por qué. Y nuestra recién conseguida sensación de felicidad desaparece en un santiamén: los alumnos tienen una noción bastante vaga de qué estaban haciendo, por qué lo hacían y qué aprendieron en el camino. ¿Qué sucedió?
La escena anterior es inventada. Sin embargo, se acerca bastante a muchas clases de laboratorio en las que, con las mejores intenciones, se asume que los chicos van a aprender a hacer ciencia simplemente siguiendo los pasos de un procedimiento de laboratorio que les ha sido dado de antemano.
Pero si con ir al laboratorio no alcanza para hacer ciencia en la escuela, ¿entonces qué? En esta nota sostengo que enseñar a hacer ciencia en la escuela requiere que propongamos a los alumnos experiencias que incluyan momentos concretos en los que los docentes los guiemos en la construcción de estrategias de pensamiento científico. En otras palabras, sostengo que para hacer ciencia en la escuela hace falta mucho más que ir al laboratorio.
Y también, paradójicamente, que se puede hacer ciencia en la escuela sin necesidad de laboratorios.
¿Qué es eso de hacer ciencia en la escuela?
Hacer ciencia en la escuela implica que los alumnos se pongan en los zapatos de alguien que ve un problema por primera vez y que intenten comprenderlo, explicarlo y predecir qué va a suceder apelando a lo que saben, a lo que el docente les va presentando y a lo que pueden deducir.
Este recorrido no es el mismo que el que hacen los científicos profesionales en su trabajo cotidiano, claro que no. Los científicos trabajan en la frontera de lo que no se conoce buscando extender el conocimiento que la humanidad tiene sobre ciertos temas. Los alumnos de escuela primaria, por el contrario, recorren un camino guiados por el docente que los lleva a construir ideas y hábitos de pensamiento que el docente ha planeado de antemano. Sin embargo, es posible que, en este camino, los alumnos construyan algunas estrategias de pensamiento análogas a las que usan los científicos cuando indagan el mundo natural.
Estas estrategias de pensamiento, en conjunto, son lo que llamamos pensamiento científico. Y comprenden, entre otras, la capacidad de (y también el gusto por) observar, formular preguntas contestables empíricamente, diseñar experiencias controladas, proponer explicaciones, analizar evidencias en relación a una explicación propuesta y reformularla si no coincide con ellas y elaborar argumentos en base a lo aprendido.
Cuando hablo de hacer ciencia en la escuela, entonces, me refiero a desarrollar con los alumnos actividades que promuevan la construcción de estrategias de pensamiento científico. Y para eso, como veremos a continuación, no alcanza con ir al laboratorio y seguir los pasos de un experimento. Es necesario incluir deliberadamente momentos en los que los alumnos puedan construir este tipo de estrategias.
Encontrar experiencias atractivas para que los alumnos lleven a cabo en el aula no suele ser demasiado complicado. El desafío pasa por adaptarlas de manera tal que los chicos y chicas hagan ciencia en el aula.